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de MERSAL, IMAN
de MERSAL, IMAN
Tú estabas conmigo entonces.
Tus ojos miraban a la cámara,
la piel morena de tus hombros al alcance de mis uñas.
Te pongo en la pared
y coloco el comodín de la baraja a tus pies.
El rostro es un icono robado de un muro lejano,
sin esplendor,
que bendice a todo aquel que pase a su lado
sin mirar al frente.
Bienvenido a la paz eterna.
Mi habitación no está mal ventilada
y tú no estás obligado a respirar.