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de TERUELO DE LUIS, MIGUEL
de TERUELO DE LUIS, MIGUEL
EL ÚLTIMO NIÑO Anoche soñé que regresaba a Manderley de nuevo. Pero yo nunca he estado en Manderley. Ese es mi pequeño problema. Recuerdocosas que no debería recordar, porque nunca las he visto, nunca las he vivido. Y sin embargo era Manderley, sin duda, la gran mansión deaquella película que vi de pequeño (cómo se llamaba... ah, sí,Rebecca, de Hitchcock). Y sin duda yo había estado allí. Solo quenunca había podido estar allí, porque ese lugar no existe, era tansolo el decorado de una película. Pero estuve allí. Y también recuerdo haber presenciado el gran incendio de Atlanta de hace casi dossiglos, acompañado de Scarlett OHara, y en aquel pueblecillo que searruinó por dar la bienvenida a un yanqui llamado mr. Marshall, yhaber luchado en un planeta -que no era este- contra una especiealienígena aficionada a reventar estómagos, acompañado de una chica yun gato. El problema es que todo esto pasó, o bien mucho antes de queyo naciera, o bien pasará mucho después, y por tanto no lo puedorecordar. Los médicos dicen que tengo demasiada imaginación, que tengo un tornillo de menos, o una tuerca de más. No voy a discutirlo, perolo dudo. Y es que no solo recuerdo cosas del cine o de la tele. Aveces, recuerdo cosas que veré. Flash-backs de dejà-vu. Recuerdovivamente haber paseado por una ciudad de esmeraldas acompañado de unespantapájaros cantarín cuando era pequeño, mucho antes de oír hablardel país de Oz, y ahora mismo recuerdo el final de Goldeneye (el malomuere aplastado por una antena parabólica gigante). He quedado con mis amigos para ir a verla mañana. A veces esto me preocupa. Pero luegopienso que ya debería estar acostumbrado a las cosas raras. Después de todo, soy el último de los niños de Elm Street.