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de ROMÁN PIÑA VALLS
de ROMÁN PIÑA VALLS
Déjame plantearle a la máquina antigua que atornilla mis visceras: ¿no es posible encontrar en el cerebro esa imagen exacta de la mujer que busco, de la mujer que tuve? Lo que daría por gozar la piel de sus mejillas. Carpe diem. En tanto que de rosa y azucena se muda la color en vuestro gesto. Al cuerno el gesto. Te perdona, muerte, el gesto, si no me abrazas antes de deshacer la rosa con mis labios. La azucena. Al cuerno la azucena, su blancura sin manos y sin carne. He de enterrar el árbol desde hace tiempo muerto. Sin el menor rebrote, sin que nadie me escupiera un injerto a la cara.
Quemaré el árbol. Si no he de ser pisado de ningún pie desnudo, un pie de quince años, rosado y casi virgen. Reduciré a pavesas la plata de mi corteza agusanada. Me resumiré en un feo celofán. En tierra, en humo, en polvo, en sombre, en nada.